domingo, marzo 28, 2010

Intelectuales canallas


[Flores Olea aplaude al poder. Foto © Rogelio Cuéllar]

Sólo un canalla puede respaldar la infame afirmación de la dictadura cubana al acusar a Orlando Zapata y a Guillermo Fariñas de ser delincuentes comunes y de estar financiados por “el imperialismo yanqui”. Entre otros “intelectuales, académicos, luchadores sociales, pensadores críticos y artistas de la Red En Defensa de la Humanidad” (sic), Víctor Flores Olea y Pablo González Casanova dicen en el desplegado “En defensa de Cuba” que lamentan el deceso del “preso común Orlando Zapata, pero no admitimos que su muerte [...] sea tergiversada con fines políticos muy distintos y contrarios a los de la defensa de los derechos humanos”. Los muy democráticos académicos también exigen “respeto a los procesos internos del pueblo cubano para definir y ejercer su democracia”. ¿Será que estos intelectuales ignoran que desde el triunfo de la guerrilla de Castro y el Che Guevara desaparecieron en Cuba las libertades de tránsito, de asociación, de prensa, de pensamiento, y que los disidentes, incluso los de izquierda, muchos de ellos compañeros de armas de Fidel, fueron fusilados, presos o exiliados y borrados de la historia oficial? De ello hay cientos de documentos y testimonios que Flores Olea y González Casanova —hombres libres que pueden decir en su país absolutamente todo lo que piensan— prefieren soslayar, al mejor estilo del pintoresco intelectual de izquierda descrito por Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa en el Manual del perfecto idiota latinoamericano (Barcelona: Atlántida, 1996), ese que culpa de todos los males de la doliente Iberoamérica a la burguesía y al imperialismo.
Escritor y fotógrafo, Víctor Flores Olea fue director de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y fue, sobre todo, funcionario de gobiernos priistas desde mediados de los años setenta, diplomático y primer presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (1988-1992), creado por Carlos Salinas de Gortari para orientar las pautas oficiales en los asuntos del arte y la cultura. Y como tal fue una pieza desechable.
En 1992 la revista Nexos organizó el Coloquio de Invierno en respuesta al Encuentro por la Libertad organizado dos años antes por sus rivales de la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz, entonces el intelectual más influyente del país. Paz montó en cólera por haber sido invitado a destiempo a un coloquio que, alegaba, había sido financiado con fondos públicos. Nadie ha desmentido la versión de que el Nobel le pidió al presidente Salinas que corriera a Flores Olea del Conaculta. En todo caso, el funcionario aceptó sin chistar la patada en el trasero, aunque después fue premiado con la representación de México ante la ONU. Más tarde se convertiría al neozapatismo y desde entonces promulga una globalifobia elemental en todos sus artículos, recogidos puntualmente por medios al servicio de Hugo Chávez, como rebelión.org.
El sociólogo y ex rector de la UNAM de 1970 a 1972, Pablo González Casanova, autor de La democracia en México (1965) y orgulloso neozapatista, cree también que Cuba es una democracia ejemplar y que uno de los mejores exponentes del socialismo democrático es Hugo Chávez (véanse sus artículos en La Jornada). Otro firmante del desplegado, el antropólogo y ex diputado del PRD Gilberto López y Rivas, fue reclutado por la KGB —la policía secreta soviética— a mediados de los setenta como espía para la URSS y Cuba mientras estudiaba en Estados Unidos. No lo ha desmentido.

Naufragio cubano


[Guillermo Cabrera Infante en Santiago de Cuba leyendo a Kerouac, 1959]

Adolfo Hitler dijo en 1944: “Alemania jamás se hundirá”. En los turbulentos primeros meses de la revolución cubana Fidel Castro, al ver los miles de ciudadanos que escapaban del régimen de terror que ya se imponía por toda la isla, afirmó algo parecido después de equiparar a los que huían con las ratas que saltan de una nave en desgracia: “Este barco nunca se hundirá”. Las citas provienen de Mea Cuba, el libro de crónicas políticas de uno de los mayores escritores de la lengua española, Guillermo Cabrera Infante. “¿Qué hace un hombre como yo en un libro como éste?”, se pregunta el autor de piezas magistrales como Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. “Nadie me considera un autor político ni yo me considero un político. Pero ocurre que hay ocasiones en que la política se convierte intensamente en una actividad ética. O al menos en motivo de una visión ética del mundo, motor moral”. Durante más de cuarenta años, hasta su muerte en 2005, la dictadura de Castro, su infamia cotidiana, fueron la obsesión de Cabrera Infante, quien no vivió para ver el final de un sistema totalitario que cumplió ya medio siglo y que aún hoy, completamente esclerosado, calumnia y trata como delincuentes comunes a los que se atreven a exigir libertad y morir por ello.
Entre los periodistas que simpatizaban entonces con la revolución estaba el también fallecido Tomás Eloy Martínez. El periodista y novelista argentino entrevistó a Cabrera Infante, que había sido fugazmente director del Consejo Nacional de Cultura, funcionario del Instituto de Cine y editor del semanario cultural Lunes de Revolución antes de dejar Cuba definitivamente en octubre de 1965. La entrevista —que Cabrera Infante respondió por escrito con largueza y prolijidad— fue publicada en 1968 en el semanario argentino Primera Plana, del que Eloy Martínez fue jefe de redacción de 1962 a 1969, pero antes el periodista había enviado a La Habana las pruebas de imprenta —no se sabe si a petición de ellos o por motivación propia—, como también se las había hecho llegar a Londres al mismo Cabrera Infante, ya exiliado. En esas pruebas habían desaparecido las menciones a las arbitrariedades y actos de represión de la joven revolución —por ejemplo, contra Heberto Padilla y su “contrarrevolucionario” poema Fuera del juego—, algo que en un tono afable y elegante Cabrera Infante le reprocharía a Eloy Martínez en una sentida carta: “Tú no sabes, Tomás, lo que es vivir en un país sin constitución, sin derechos individuales, donde el enorme aparato represivo (mis estadísticas, también suprimidas, no están, créeme, inventadas) está al servicio no de una idea o de un régimen, sino de la biología de UN SOLO individuo”. “Esto es”, le escribía el cubano, “mientras más lo pienso, una monstruosidad histórica”.
Las preguntas que Tomás Eloy Martínez le hizo a Guillermo Cabrera Infante son: ¿Por qué está fuera de Cuba?, ¿Cómo trabaja fuera de su país?, ¿Por qué eligió Londres? y ¿En qué condiciones volvería? Vale la pena volver a leer sus documentadas respuestas en Mea Cuba (Plaza y Janés, 1992).
Coda: cuando en 1964 a la bibliotecaria de la Casa de las Américas, Olga Andreu, se le ocurrió poner en una lista de recomendaciones la reciente novela Tres tristes tigres fue despedida; al poco tiempo se suicidó. Desde entonces, en ninguna biblioteca de la isla entera se encontraría ningún libro de autores cubanos disidentes, como Reynaldo Arenas, Severo Sarduy y tantos más...

Adolfo Patiño


[Adolfo Patiño. Foto © Pedro Meyer]

Unas semanas antes de su trágica muerte, el 30 de agosto de 2005, Adolfo Patiño había declarado a Merry McMasters, de La Jornada: “Estoy entrando al umbral del renacimiento, estoy naciendo en un momento de decadencia mundial, digamos, porque el arte ya no tiene mucho sentido filosófico, sino que se ha vuelto un producto comercial, sobre todo sin identidad a causa de la globalización”. Lo decía un artista que incorporaba en su obra el arte popular mexicano, la historia y el arte universales, los mitos y la tradición envueltos en un tratamiento que hacía rozar lo sagrado con lo profano y que con frecuencia se permitía la ironía y el juego —inventó los “marcos de referencia”, hechos de reglas escolares de madera con los que enmarcaba su obra—. Se rendía ante la Virgen de Guadalupe como ante la imagen de Frida Kahlo, pero también admiraba con fervor a Andy Warhol y a Keith Haring, a Marcel Duchamp, a Manuel Álvarez Bravo y a Juan José Gurrola. Lo mismo artista pop que conceptual, fue celebrado —y regañado— en su momento por Raquel Tibol y por el también fallecido Olivier Debroise, quien lo llamó “el artista joven de México”.
Nacido en 1954 en un suburbio nororiental de la Ciudad de México, urbe cuyas entrañas conocía y amaba como pocos, Adolfo se encontraba en un impasse meditabundo de su agitada vida. Polémico y grandilocuente, Adolfotógrafo —como también se le conocía— fue fundador, con su hermano Armando Cristeto, del grupo de arte experimental Peyote y la Compañía (1978-1984) y del Grupo de Fotógrafos Independientes (1976-1984), con los que presentó performances y exposiciones en distintos puntos de la ciudad.
El crítico español Manuel García lamentó la suerte del artista en los siguientes términos: “Siento que, al perder el equilibrio, nocturno, en la terraza de su propia morada, no pueda gozar del Sistema Nacional de Creadores; del privilegio de ser honoris causa de la UNAM o ver su retrospectiva en el Museo Carrillo Gil. A menudo, la moral de los creadores independientes se ajusta mal al corsé académico de las instituciones”. Es cierto, el carácter tempestuoso de Adolfo le valió el desdén de muchos pero también la admiración de otros. Sigue el desconcierto de Manuel García: “He acudido a mi biblioteca mexicana para ver si tenía un catálogo suyo, aparecía en la colección Río de Luz o siquiera una carpetita de Litográfica Turmex y no lo he encontrado en el templo de los consagrados. A lo mejor le compró una obra un coleccionista norteamericano, está en la fototeca de Álvarez Bravo o hay obra suya en el Centro de la imagen. Fugitiva eternidad. [...] Habrá que revisar, con ojo atento, el aporte artístico de este indomable creador de imágenes, que se fue cuando entraba en la mejor etapa de la vida: obra madura, ideas claras y ganas de vivir” (zonezero.com). Seguramente Adolfo habría continuado su trabajo una vez que superara esa etapa oscura. Hoy su obra se encuentra dispersa y apenas hay unos cuantos catálogos que reproducen sus mejores piezas. Él mismo decía que se encontraba en stand by pero, voluntarioso como era, confiaba en que retomaría su lugar, expondría en galerías y museos de México y regresaría a Nueva York “a tocar puertas y a picar piedra”. Acaso Cuauhtémoc Medina podría hacer un necesario catálogo razonado de su obra. La biografía de Adolfo Patiño espera un autor paciente, aunque ya un anónimo bloguero ha publicado una extraordinaria semblanza de este artista sui generis en: silvidonna.blogspot.com

Un país a su medida


Alguien puso a circular en la red otra vez el discurso que Denise Dresser leyó en la entrega de los reconocimientos de la revista Quién a “Los cincuenta personajes que mueven a México” (abril de 2009). Al fracaso y la victimización que según ella obsesionan al país, la mediática politóloga —incluida en esos cincuenta y también entre los 300 líderes escogidos por la revista Líderes Mexicanos— opuso las virtudes que distinguen a ese grupo de talento y excelencia nacional: “Por cada tache que se le pueda colocar a este país, existe una paloma”, dijo, y elogió “La determinación de Lorena Ochoa” —para ganarse unos milloncitos jugando al deporte más popular de México—; “La pluma de Carlos Fuentes” —no se refiere a sus recientes maquinazos, seguramente—; “La inteligencia de Mario Molina” —más apreciada en Estados Unidos que acá—; “El profesionalismo de Carlos Loret de Mola” —como el de todos los conductores de Televisa, ¿verdad?—; “El talento de Salma Hayek. La chispa de Diego Luna” —¡nuestra Catherine Deneuve, nuestro Johnny Depp!—; “La imaginación de Ángeles Mastretta” —¡el Nobel, el Nobel!—; “El humor de Carlos Monsiváis” —humor que se le agotó al rendirse ante el Peje y que no demostró citando en “Por mi madre bohemios” ni una sola frase de Dresser—; “La sencillez de Gael García Bernal” —que raya en el retraso mental, como lo prueba Déficit—; “Las canciones de Julieta Venegas” —conveniente festejo del pop más conservador—; “El periodismo implacable de Miguel Ángel Granados Chapa” —implacable, pero parcial, y a mucha honra—; “La voz de Ximena Sariñana” —usted debe estar bromeando, señora Dresser—; “Los huipiles de Beatriz Paredes” —ésa sí que es una broma muy pesada.
Además de las corteses palmadas a los elegidos por Quién, la académica suma todo lo que ama de su país: “Las enchiladas suizas de Sanborns” —pero en su programa del canal 22, patrocinado por Movistar, critica a Slim—; “El cine de Alfonso Cuarón” —a la altura de Truffaut, ni más ni menos—; “El valor de Emilio Álvarez Icaza” —explico: el valor que le faltó como presidente de la CDHDF para exigirle a Ebrard que cumpliera las recomendaciones relativas a redadas y detenciones arbitrarias—; “Los huevos rancheros y los chilaquiles con pollo” —de Sanborns, ¿no?—; “Los libros de Elena Poniatowska” —¡cómo! ¿dejaron fuera de la lista a Elenita?—; “Los tacos al pastor con salsa y cilantro” —pero los del María Bonita, en Polanco—; “El mar en Punta Mita” —desde el Four Seasons se ve increíble—.
En la lista de Quién también aparecen personas decentes junto a los dueños de Televisa, de TV Azteca y comunicadores como la rectísima Carmen Aristegui y la eminente Paty Chapoy, pero esta última no fue mencionada pues a Dresser ya le andaba por hablarle a los poderosos sobre pobreza, inseguridad, criminalidad y esas cosas que asustan a los mexicanos. En 2007 la revista Poder y Negocios presentó a Dresser como una “conciencia moral para miles de mexicanos”; “una de las periodistas más respetadas y con mayor credibilidad del país”. ¿De veras? Recordemos lo que escribió nada menos que León Krauze sobre México: lo que todo ciudadano quisiera (no) saber de su patria, el libro que la politóloga y Jorge Volpi fabricaron calcando fielmente America: The Book, del humorista Jon Stewart (Letras Libres, mayo de 2006). Los autores se defendieron —en Proceso— alegando que ese libro nomás les había servido de “inspiración”. ¿Escogerán a Dresser otra vez en la próxima lista de notables?

El poeta y el asesino


[Carlos Salinas y Villalobos. Foto © Fabrizio León]

En su artículo “Doce mitos de la guerra contra el narco” (Nexos, enero de 2010) el ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos defiende la tan cuestionada y contraproducente guerra contra el narco de Felipe Calderón. “Quien está teniendo más muertos, capturas y deterioro moral en sus filas es quien va perdiendo la guerra”, escribe Villalobos, “y en el caso de México son los narcotraficantes”. Afirma que “la mayor parte de las bajas de los delincuentes resultan del proceso de autodestrucción de los cárteles, que se profundiza cuando el Estado los confronta; en este tipo de guerra, esto es un progreso”, observa con un optimismo que ya parece incomprensible. Este ensayo mereció en la XXI Reunión de Embajadores y Cónsules de México del 7 de enero el elogio del presidente; poco menos de un mes más tarde quince jóvenes muy probablemente inocentes fueron violentamente asesinados en Ciudad Juárez por presuntos sicarios del narcotráfico.
Joaquín Villalobos es un personaje polémico por su violento pasado; hoy es “consultor internacional en solución de conflictos” y cercano a presidentes como Carlos Salinas de Gortari y Álvaro Uribe. “Ahora se proclama abanderado de una izquierda distinta, [pero Villalobos] es nada más y nada menos que uno de los asesinos de mi padre, el poeta salvadoreño Roque Dalton García”. Es Jorge Dalton quien lo denuncia en “La noche de los asesinos” (cubanet.org, 19 de octubre de 2005), aunque ya Gabriel Zaid nos lo había recordado hace más de veinte años en “Camaradas enemigos” (De los libros al poder, México: Grijalbo, 1988), ensayo en el que relata la procedencia y las relaciones de parentesco entre la clase dirigente de El Salvador y entre ésta y los líderes de las guerrillas, así como los ajustes de cuentas entre sus distintas facciones.
Joaquín Villalobos fue uno de los máximos dirigentes militares del Ejército Revolucionario del Pueblo. Guillermo Osorno lo entrevistó en Oxford cuando Villalobos se dedicaba ya a la investigación. “Cuesta trabajo pensar que sobre él pesan la ejecución, a mediados de los setenta, del poeta salvadoreño Roque Dalton”, escribe Osorno; “el ajusticiamiento de más de una decena de alcaldes en la zona ocupada por el FMLN; el reclutamiento forzoso de jóvenes guerrilleros; el descuido en la implantación y retiro de minas antipersonales, que provocó tantas muertes civiles al final del conflicto” (Letras Libres, septiembre de 1999).
Una persona tiene derecho a cambiar de ideas y de actividades, renegar de su pasado —más aún si éste se halla poblado de crímenes— y reintegrarse a la vida civil. Pero en el caso del marxista Villalobos sus asesinatos no fueron castigados por la justicia. Como el de Roque Dalton. En 1975, con otros guerrilleros, Villalobos lo secuestró y sometió a “consejo de guerra” por los constantes “cuestionamientos que el poeta hacía sobre los métodos estalinistas y maoístas empleados por la dirección de esa organización”, escribe el hijo de Dalton, y prosigue: “El poeta fue golpeado salvajemente durante los días previos a su asesinato. Sus verdugos, entre ellos Villalobos, sabían de antemano a quién asesinarían. Se jactaban diciéndole en cada golpiza que pronto acabarían con la vida de un ‘intelectual de mierda y pequeño burgués’, [y que] ‘en las filas de los revolucionarios no había cabida para semejantes traidores’”. Hoy Villalobos se codea con intelectuales ilustres y al parecer vive sin remordimientos. ¿Es mejor su moral que la de los narcos?

Judeofobia


En un puesto de libros viejos compré uno mal impreso y peor editado –cientos de erratas, diseño aberrante—, al parecer en Bogotá, según se lee en un sello en la segunda página, por una “Editorial La Verdad”, aunque en la contraportada un logotipo reza “Ediciones La Torre”. En el remedo de prólogo, que en cinco párrafos condensa una buena dosis de cretinismo intelectual, se previene al lector: “todas las frases aquí incluidas son documentalmente ciertas y comprobables. Casi todas han sido sacadas directamente de las obras de los autores y sólo unas pocas, que se advierte, lo han sido de otras fuentes rigurosamente auténticas y aún (sic) las que están extraídas de novelas, obras dramáticas y otras, en las que son dichas por boca de un personaje y no del autor directamente, hemos cuidado mucho el evitar que, al aislarlas, cambiase su sentido. Las frases o fragmentos que proceden de obras de este tipo sólo van incluídas (sic) cuando no ha habido duda sobre el (sic) que el autor ha querido decir. Y así, cuanto se dice en este libro, es lo que pensaban los autores sobre la raza judía”. El libro se llama 150 genios opinan sobre los judíos.
La editorial —no se sabe cuál de las dos— firma el prólogo no sin antes curarse en salud: “quede bien claro que cuanto aquí hay escrito sobre los judíos no es nuestra opinión —que muy poco valdría—, son testimonios avalados por las más prestigiosas firmas y si en la modesta opinión de Schopenhauer y Hegel, de Fichte y Napoleón, de Voltaire y de D. Holbach, de los Papas, Lutero y Mahoma —personajes todos ellos enfrentados en su tiempo— los judíos son así, no seremos nosotros los que tengamos la pedantería de negarlo”. Finalmente, los escurridizos editores aún tienen la gentileza de avisar sobre una futura recopilación de “las opiniones de los judíos sobre sí mismos, para demostrar que cuanto aquí se dice se halla reconocido por uno u otro pensador judío (y que según nuestras investigaciones son muchísimos), de los cuales ya hemos incluido tres: Marx, Rathenau y Weininger”.
Dejemos opinar a unos cuantos de los “genios” antologados en esta muestra de sabiduría antisemita. Pero no se llame a engaño, incluso la razón del más lúcido puede nublarse por prejuicios que han pervivido y mutado durante cientos de años. De Rafael (sic) Waldo Emerson: “El sufrimiento, que es el escudo del judío, lo ha convertido en estos días en el amo de los amos del planeta”. Francisco (sic) Bacon: “Odian el nombre de Cristo y tiene un secreto e innato rencor contra los pueblos entre los cuales viven”. Pío Baroja: “El judío tiene un fondo de rencor contra Europa, considera que el europeo le ha ofendido y entra con placer en todo lo que puede desacreditar nuestro continente. Así se le ve figurar en el teatro, en la novela y en el cine erótico, en el cubismo, en las falsificaciones y en la legitimación del homosexualismo con Freud y sus discípulos”. Henry Ford: “No necesitamos la Liga de las Naciones para poner fin a la guerra. Poned bajo control a los cincuenta financieros judíos más ricos, que producen guerras para su único provecho, y las guerras cesarán”. Finalmente, entre tantas perlas, la de un político franquista, Onésimo Redondo: “Los instrumentos de dominación judaica son el dinero y la prensa. En Los protocolos [de los sabios de Sión] los judíos afirman que el sufragio universal es su instrumento de dominación”. Es necesaria demasiada ingenuidad, o estupidez, para creer a los judíos dueños absolutos del mundo. (Lee este artículo).

Huberto Batis


[Foto © Paola Hidalgo]
Enrique Serna lo pinta bien: “Indisciplinado hasta la grosería, incapaz de moderarse ante nadie ni de aceptar presiones por motivos políticos, Batis se ha hecho fama de energúmeno entre la gente que confunde la actividad cultural con las relaciones públicas. Pero gracias a su labor editorial, un numeroso grupo de escritores ha podido ejercer la crítica sin cortapisas y hacer sus primeras armas literarias ante un público lector exigente y participativo, sin tener que prestarse a los juegos de la diplomacia convenenciera” (Letras Libres, marzo de 2000). Exacto. Yo fui uno de los cientos de alumnos de Huberto Batis. No estuve en sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras, pero sí en su oficina y en comilonas memorables por sus hilarantes anécdotas de personajes del medio literario y artístico, y tuve además el privilegio de haber sido publicado por él en el suplemento sábado del diario unomásuno.
Hace mucho tiempo que no veo al terrible, entrañable Huberto. Quizá desde que vivo en Guadalajara —donde, por cierto, nació en 1934 y a donde vino en 2001 a recibir el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez de la Feria Internacional del Libro. La última vez que lo saludé él comía y brindaba con Guillermo Fadanelli en el Seps, un restaurante alemán de la colonia Condesa. Conocí al erudito escritor, crítico literario y editor en medio de tambaleantes torres de periódicos, libros y revistas en su guarida del sábado, el esperado tabloide semanal en el que publicó miles de cuartillas de escritores consagrados y aspirantes a serlo, algunos extraordinarios, y también a artistas, fotógrafos e incluso a vedettes, como Fuensanta, actriz fetiche de otro grande y también uno de sus colaboradores: Juan José Gurrola.
Es fácil enterarse del imponente historial de Huberto Batis: hazte su fan en Facebook, aquilata la importancia de uno de los protagonistas y agitadores más activos de la cultura mexicana contemporánea. De ojillos vivarachos y memoria exacta, intacta, Huberto puede ser el maestro más generoso pero también un energúmeno que explota ante la estupidez, la ignorancia o la impertinencia. Algunas veces fui testigo de cómo su enojo surgía conforme avanzaba, lápiz en mano, en la lectura de un artículo mal redactado. Si el autor estaba presente lo reprendía con un regaño que hacía enmudecer, casi llorar, al pobre infeliz, y si no estaba simplemente rompía el mecanuscrito tachonado de correcciones. En una ocasión llevé a Fernando Nachón para que le regalara De a perrito, su flamante novela de sexo, celos y alcohol. Batis, consumado erotómano, recibió el obsequio con agrado y le pidió a Nachón que se lo firmara. El joven escritor jalapeño abrió el libro, alistó la pluma y se volvió para preguntarme: ¿Cómo se llama? ¡Carajo, Nachón!, le dije, ¡es Huberto Batis! Ah, sí, me respondió, pero en el rostro paternal de Huberto ya había una expresión de fastidio y, clavándome sus ojos, se quejó: Para qué me lo traes si no sabe quién soy... Salvé la situación, creo, diciéndole que Nachón acababa de fumarse un churro gigantesco y que eso hacía que se le cruzaran los cables. Nachón asintió y Batis esbozó una mueca complaciente. El asustado escritor admiró un display de la actriz Bibi Gaytán y pasamos a otra cosa.
Huberto Batis, sabio y provocador, nunca tuvo prejuicios a la hora de publicar en el mismo espacio ensayos académicos, periodísticos y hasta pornográficos. Un clásico contemporáno en vida, irrepetible.

Dictadores


[Franco y Hitler]
El “Caudillo de España por la gracia de Dios”, Francisco Franco, fue dictador de 1939 a 1975 —¡treinta y seis años!—, cuando tuvo por fin el buen gusto de morirse. A pesar de que España ha sido históricamente un país conformado por distintas naciones —diversas tribus celtas y germanas, además de árabes y judíos en porcentajes significativos—, Franco abrazó la patraña de la conspiración mundial del judeomarxismo y el gran capital internacional para apoderarse del mundo, contra los que había que luchar a muerte. “Da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es un buen católico... ¿Qué más quieren?”, dijo de él el papa Juan XXIII. Franco fue vencedor en la sangrienta Guerra Civil —se calcula de 500 mil a un millón de muertos— con la ayuda del nazismo alemán, pero en la Conferencia de Hendaya de 1940 se negó a participar en la II Guerra con las potencias del Eje porque, le dijo a un Führer muy contrariado, la desgarrada España no estaba preparada para entrar en otra contienda y por ello decidía permanecer neutral. Hitler le confesó después a Mussolini que “preferiría que le arrancaran tres o cinco dientes antes que tener que soportar una vez más una entrevista con Franco” (George Roux, “La entrevista Franco-Hitler en Hendaya”, en el sitio de la Fundación Nacional Francisco Franco: www.fnff.es).
Integrista religioso, Franco impuso leyes como la de Responsabilidades políticas para perseguir y encarcelar a sus enemigos, muchos de ellos obligados a realizar trabajos forzados. Con la Ley de Represión al comunismo y la masonería enjuició a miles de republicanos, muchos de los cuales fueron condenados a prisión, a muerte o al destierro, previa confiscación de sus bienes. Mediante la Ley de vagos y maleantes el autoritarismo franquista torturó y asesinó a miles de homosexuales y a otros tantos los sometió a infames “tratamientos de rehabilitación”, pues eran considerados criminales a los que se les prohibía trabajar.
Leónidas Trujillo dio un golpe de Estado en 1930 y permaneció en el poder en la República Dominicana hasta 1961. Trujillo fue especialmente sanguinario con sus adversarios y se enriqueció al amparo de sucesivos gobiernos estadounidenses, hasta que fue asesinado en otro golpe militar. De común acuerdo con François Duvalier, el entonces demencial dictador de Haití, asesinó a 30 mil campesinos haitianos en 1958 arguyendo razones de “seguridad”. El asesinato a palos de las opositoras hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal en 1960 fue el colmo y el principio de su caída.
Fidel Castro cuenta ya medio siglo aferrado al poder, aunque sea su hermano quien lo ejerce nominalmente. En 1959 la revolución cubana despertaba simpatías en todo el mundo, pero Castro muy pronto traicionó los principios democráticos, se declaró marxista y se puso bajo la tutela de la Unión Soviética. Castro castigó duramente a los opositores, mandó a la cárcel o al paredón incluso a ex camaradas suyos y estableció su propio Gulag: las Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Canceló las libertades de prensa, de organización fuera del Partido Comunista y de libre tránsito, y desde entonces culpa de todo al imperialismo yanqui.
En el México que trastabillea en su camino a la democracia hay quienes afirman —con ligereza, pero con libertad innegable y sin ser perseguidos, encarcelados o apaleados por ello— que padecemos una dictadura “fascista”, sin recordar que el inepto, católico y conservador presidente Calderón se irá en menos de tres años...

El sol de la tarde


[Foto © Víctor Ayala]
En Los días y los años (Era, 1971; Planeta, 2008) Luis González de Alba vertió la memoria intimista y cruda de las experiencias vividas al fragor de la revuelta estudiantil de 1968 y sus secuelas, una reflexión que continúa en Otros días, otros años (Planeta, 2008). Las acaloradas discusiones sobre la izquierda y el modelo a seguir por un país asfixiado por el autoritarismo priista —transitar lentamente a una democracia efectiva o instaurar cuanto antes, por la vía de las armas, una dictadura “proletaria”—, el encierro en prisión y la nostalgia desde el exilio, así como las intrincadas relaciones personales de amistad, deseo y amor —no siempre consumado— entre camaradas, son elementos que distinguen a la obra narrativa ya considerable de González de Alba: Jacob, el suplantador, Agápi mu (Amor mío), Cielo de invierno, Cuchillo de doble filo, novelas a las que ahora se suma con mayores ambiciones El sol de la tarde (Quimera, 2009).
El sol de la tarde comprende los veinte largos años que van del 1968 mexicano a la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento del comunismo soviético poblados por personajes tan variopintos y complejos que hacen de la novela un agitado tour de force: de la masacre a la cárcel al exilio al retorno al activismo unos a la guerrilla otros al desencanto final. Es también la historia cargada de intensidad y desmesura del amor imposible entre Paco Torres y David Sánchez, educados hombres de izquierda con acentuadas diferencias ideológicas y distintas preferencias sexuales. A éste le gustan los hombres viriles y enérgicos, como Paco, y la idea de una transición pacífica a la democracia, por eso las frecuentes reuniones sindicales y para formar un nuevo partido de izquierda; a aquél le seduce la violenta posibilidad de la revolución tanto como los cuerpos lampiños de púberes de trece años, a los que llega a acosar con la tenacidad y la imprudencia de un Humbert-Humbert adolescente de sexualidad desbocada. Una amistad entrañable que no se rompe por esa razón, sino por las divergencias insalvables en torno al país que se imaginan y los métodos que se deben seguir para alcanzarlo. Todo ello en medio de digresiones eruditas, confesiones dolorosas y ríspidas discusiones sobre la ideología como una religión entre vívidas escenas del libérrimo underground homosexual de la Ciudad de México, hasta la mortífera aparición del VIH.
“Creyó que casándose, teniendo relaciones sexuales fáciles con su esposa, olvidaría la atracción sexual que le producían algunos jovencitos en el Metro, en la calle, a la salida de sus escuelas”, le confiesa Margarita, esposa de Paco, al enamorado David. Pero esa atracción se volvió irresistible, tanto como los fervientes deseos de Paco por irse a la Nicaragua sandinista para “sacar adelante la Revolución”. Una noche David invita a Paco a una reunión secreta con el Comandante Cero, quien, decepcionado, habla de la rapacidad de los sandinistas que se han apropiado de las mansiones, de los lujosos autos y hasta de las sirvientas de los somocistas. Es un traidor, le dice Paco a David, lo que desencadena la agria disputa final, el rompimiento inevitable. Los sandinistas, finalmente, serían derrotados en las elecciones. La utopía se alejaba cada vez más y llegaba el desencanto.
El aliento de Kavafis se funde con el de Pasolini en cada página de esta obra de limpia prosa, en la que también campea un melancólico espíritu libertario.

El fracaso de Calderón


El fracaso de Felipe Calderón —si a tres años del final de su gobierno ya puede calificarse como tal— es también el fracaso de la clase política mexicana. Esto de ninguna manera exculpa al presidente ni a su gabinete, pues todos ellos han demostrado sobradamente su ineptitud y su incapacidad. A estos defectos se han sumado la desfachatez y la estrechez de miras de congresistas —eso sí: patrioteros a más no poder— así como sus mezquinos regateos, lo que ha producido reformas contrahechas y propuestas aplazadas indefinidamente. Acaso la discusión seria y la aprobación de la reforma política significaría una tímida luz al final de la caverna.
Una parte importante de la población está irritada con los políticos y con el presidente, aun cuando no sean ellos culpables de la crisis que azota al país. Pero lo son por la torpeza con que reaccionaron —a lo que se suma el desempleo, la carestía y, encima, la violencia y la inseguridad. Una muestra muy peculiar de este enojo es la campaña en Facebook que llama a reunir un millón de firmas con el fin de lograr la renuncia del presidente.
Teóricamente no sería difícil reunirlas, pues entre los que no votaron por el candidato panista más los desencantados que sí lo hicieron sumarían bastante más que eso. Pero el grupo “A que en 30 días juntamos 1,000,000 que quiere que renuncie Calderón”, abierto el 22 de diciembre pasado “Para todos los que ya están hartos del enano en los pinos” (sic), lleva apenas —13 de enero a las 12:26— 166,184 adherentes, una cifra muy baja si se pretende que para el 22 —el próximo viernes— se alcance el arbitrario millón (¿por qué uno y no dos?).
Si bien el grupo se dice “completamente apartidista” e impulsado por “ciudadanos hartos de las burlas del gobierno”, entre sus principales referentes están El Sendero del Peje y Gerardo Noroña, entre otros similares. También hay agradecimientos a La Jornada, a Proceso, Carmen Aristegui y, escribe N. Toxtle, a “todos los que nos dan voz”. J.L. Herrera escribe (respeto su redacción): “quizás no se llegue el millón en lo estipulado, pero eso ya no es tan importante, lo escencial es que cada día se suman más y más y cada vez lo medios empiezan a hablar de ello”. J. Rivera, con vaga sensatez, opina (con su peculiar ortografía): “si, que se vaya calderon, pero esto no es la solucion [...]. necesitarian irse muchos mas que le hacen tanto daño a nuestro méxico: elba esther gordillo, diego fernandez, manlio fabio beltrones, empresarios como emilio azcarraga, salinas pliego y roberto hernandez; y un monton de diputados, senadores, gobernadores y funcionarios publicos”. También hay lugar para la inocencia, como la de Y. González: “Ya cuantos somos, estamos cerca de la meta o todavia muy lejos”. Temerario, G. Rodríguez propone: “Una vez que renuncie lincha!!!” Y, entre tantos más, uno que sabe que el millón de firmas no serviría absolutamente de nada: “no sean ilusos, este tipo de protestas funciona en paises democraticos y que respetan el estado de derecho, en Mexico es como mear al aire [...]. LLAMENME REVOLTOSO Y LOCO [...] esos fueron los mismos peyorativos que gritaron en contra de Madero, Villa, y Zapata. Abran los ojos y dense cuenta que situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. LA GUERRA EN CONTRA DE LA CLASE POLITICA ES INMINENTE Y NECESARIA”. De la grilla catártica al terrorismo verbal, ésta es una protesta estéril porque sus efectos serán nulos. Algo más: ¿a quién pondrían en lugar de Calderón?

Berlusconi

En los primeros días de enero las calles están vacías y el sol emite una luz tan blanca que apenas entibia la piel. El autobús avanza lentamente por la avenida, como si el chofer buscara algunos pasajeros en las esquinas desoladas. Se puede leer con tranquilidad en el desvencijado camión, a pesar de que los diarios ofrecen noticias y fotografías que hacen sobrecogerse a cualquiera.
Hay algo sobre Berlusconi. Recuerdo que no pocos amigos y conocidos, algunos de ellos periodistas, festejaron el golpazo que le asestó un desquiciado y que le rompió la cara. Lo confieso, a mí me dio un poco de pena. No se trató de un acto político y Berlusconi no es un dictador, sino el primer ministro de una democracia europea. Y es muy popular, nos guste o no. No entendí esa risa. Es un fascista, dijeron algunos para justificar el atentado. Sin embargo, saben en el fondo que no lo es. Acá los radicales de izquierda acusan de fascista a Felipe Calderón olvidando las clases de historia en las que se revisaron las biografías de Franco, Mussolini, Hitler, Pinochet y muchos más en todo el mundo. Puedo entender que se simpatice con el periodista iraquí que quiso incrustar sus zapatos en el rostro simiesco de Bush pues el ex presidente de Estados Unidos invadió su país con base en mentiras y engaños arteros, viles, y también que los furibundos anticastristas de Miami se hayan desbaratado en risotadas ante las imágenes televisadas del anciano y cruel dictador cubano azotando contra el piso después de un discurso en homenaje al Che Guevara —a quien, por cierto, le gustaba dar el tiro de gracia a los fusilados en la cárcel de La Cabaña en los primeros días de la revolución triunfante—. Es comprensible también que los estudiantes hayan corrido a pedradas al presidente Luis Echeverría de Ciudad Universitaria en 1975, siete años después de la masacre de Tlatelolco, y están más que justificados los fallidos atentados contra el Führer en la funesta Alemania de los años treinta. Pero el hecho de burlarse de un mandatario al que le acaban de partir la jeta no puede tener otra razón que una burdamente ideológica y visceral. Es un fascista y punto. Y con ese argumento tan contundente se podría uno reír si al antidemocrático Rayito de Esperanza le estrellaran un par de huevos podridos en la mollera o si a su vástago Juanito le propinaran un toletazo en la crisma. El riesgo es que si se acepta ese razonamiento todo se valdrá contra el adversario. Y así, ¿para qué dialogar o discutir si se puede descalificar, agredir e incluso llegar al asesinato?
El camión sigue su marcha parsimoniosa. En la radio han pasado ya tres anuncios de Greenpeace en los que artistas e intelectuales nos exigen que le reclamemos al secretario de Agricultura que “haga su trabajo” e impida la siembra de maíz transgénico. “Sin maíz no hay país”, aseguran, como antes juraban que “El petróleo es nuestro”. Uno de ellos, el escritor Carlos Montemayor —recientemente fallecido—, no tuvo el más mínimo reparo en recibir del presidente Calderón —al que dice desconocer— el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura el pasado 14 de diciembre. Sí, el mismo intelectual que escribió y bramó en donde quiso —incluso en Televisa con López Dóriga— que las elecciones de 2006 fueron fraudulentas, ahora va y acepta tan orondo su reconocimiento de manos del mismísimo espurio... Hay más noticias desconcertantes en el periódico, pero ahora debo bajarme.