
Hace unos días, durante la visita de Heriberto Yépez —en la foto— a Guadalajara para impartir un taller de ensayo, fuimos invitados por el variopinto grupo de editores de la desaparecida revista Tedium Vitae a charlar sobre literatura mexicana contemporánea, en la cafetería de la hermosa Casa ITESO Clavigero, obra, ya saben, de Luis Barragán.
La charla discurrió entre preguntas, digresiones, quesos, carnes frías y buen vino tinto. Yépez habló también de la inaudita violencia en Tijuana. En suma, hablamos de la relación entre la literatura y la realidad, de jóvenes y ansiosos escritores y antologías pretenciosas, de revistas y libros. Casi al final de la sesión, René González preguntó por la ausencia de la gran novela de Guadalajara, más para advertir sobre el asunto que para reclamar por ese hueco en la literatura nacional. Quizá porque todos los escritores tapatíos han emigrado históricamente a la Ciudad de México o a otros lados, aventuré como respuesta. Y añadí que quizá algún día Dante Medina o Juan José Doñán se animarían a emprender tal hazaña.
Curiosamente, días después apareció en el diario Público la columna de Antonio Ortuño dedicada al mismo tema. Escribe Ortuño en "Condenados": "Hace unas noches tuve referencia de un asunto tan peregrino que dedicaré este espacio a dar vueltas en torno suyo. El asunto es este: un grupo de lectores, tapatíos tan inexorables que hasta celebran el juego de palabras promocional 'Orgu-Yo-Tapatío', trasmitieron un mensaje categórico a un escritor local. El mensaje, poco más o menos, rezaba lo siguiente: nos has decepcionado, como otros antes que tú, porque no has escrito la gran novela de Guadalajara".
¿A qué reunión se refiere Ortuño? ¿Existió de veras? ¿Quién es ese escritor tapatío que recibió el reclamo? Dudo que se trate de la misma a la que fuimos invitados Yépez y yo, pues nuestros distinguidos anfitriones están muy lejos de la vulgaridad chovinista de declararse orgullosamente tapatíos y, por otra parte, nunca hubo cosa parecida a un mensaje categórico a escritor local alguno.
Es lo malo, y lo molesto, de no llamar a las personas por su nombre. Y esto lo comenté hace meses con el mismo Ortuño cuando vino David Miklos a presentar su novela La hermana falsa. Nadie se aventura, por ejemplo, a publicar quiénes son los escritores mexicanos más malos, aunque los resultados de una miniencuesta privada que hice entre escritores de la Ciudad de México y Guadalajara arrojaran en primer lugar los nombres de Volpi y Villoro. ¿Qué les impide decirlo francamente en críticas y reseñas? ¿Pusilanimidad, compromisos, corrección política? A saber...
Después de un intercambio de mensajes electrónicos entre Heriberto Yépez, Antonio Ortuño y este tecleador, Antonio nos envió esta carta que aclara este asunto. Me permito reproducirla para que no queden dudas.
Señores
Lo primero: una disculpa a Heriberto por haber tomado de su comentario el pie para escribir algo esencialmente distinto a lo que él me refirió.
No conozco, ni Yépez mencionó, a los asistentes de la reunión de marras. La tomé de pretexto, en parte, para un texto que de todos modos iba a escribir. Yépez no transmitió una versión distorsionada: yo la distorsioné para escribir lo que me pegó la gana. Eso sí: lo hice porque el comentario referido por Heriberto coincide en parte con el contenido de ciertos reclamos concretos, dirigidos a mí, tanto por dos mencionados por Rogelio como posibles autores hipotéticos de la "gran novela tapatía" como por otras lumbreras municipales. Genios que ven como una injusticia que Jalisco no sea el "invitado de honor" de la FIL (vaya ridiculez), que creen que hay algo como "lenguaje tapatío" y que toda persona nacida en esta ciudad debe inventarse abuelos alteños o rulfianos, aunque en realidad hayan sido croatas, y escribir en su honor odas a la tostada y el cuerito. Abomino, como nativo de esta ciudad y al respecto de ella, de la literatura de miras municipales (no nos hagamos como que no existe o como que lo que se pide es que se escriba el Ulises de Zapopan) y por ello improvisé la ficción de la reunión.
Rogelio: lo interesante de la "gran novela tapatía" sería que fuera una gran novela y no que fuera tapatía, ¿no? Otra cosa: ya hemos discutido el asunto de poner o no datos y nombres concretos en los textos. No lo hago porque no trato de denunciar a nadie específico, sino de discutir, así sea de modo irónico, ciertas ideas. En un sentido contrario, pero con la misma libertad, tú te reservas los nombres de quienes hicieron la lista de los supuestos peores libros del año y redactaron cada una de las entradas. Supongo que lo mío puede ser llamado cobardía o exceso de corrección, pero al menos firmo lo que escribo y no publico (por poner un ejemplo) una tontería tan grave como que Emiliano Monge no sabe redactar y luego no respaldo mi dicho con la firma de un ser humano verificable. Vaya valentía: tirar la piedra y esconder la mano, como dice el refrán. Como editor (y nunca me han faltado elogios para tu trabajo, merecidos todos, así que no tomes esto por un cebollazo) te corresponde la decisión de permitir o no que tus colaboradores firmen sus textos. Como escritor, tengo la libertad de decidir emprenderla a golpes contra personas con nombre y domicilio fiscal o de hacerlo contra espantajos que representen a lo que quiero atacar.
Me parece que la discusión amerita un texto, que bien podría publicarse en Replicante, sobre la ética de los escritores.
Recibe un abrazo.
Y otro a Heriberto y, de nuevo, una disculpa por embarrarlo en un lío que no le toca.
Antonio Ortuño
En el reciente número de Replicante publicamos la lista de Los 10 peores libros del 2008, que hicimos entre varios miembros de la mesa de redacción, del consejo editorial y con las aportaciones de varios colaboradores (es decir: Rubén Bonet, Eve Gil, José Ramón López Rubí Calderón, Ariel Ruiz Mondragón, Héctor Villarreal, Rogelio Villarreal, Heriberto Yépez). Aquí va:
Los 10 peores libros del 2008
(escritos por debutantes o famosos, da igual)
¿Por qué los diez peores? Porque para llegar a esa conclusión hay más consenso que si se tratara de los diez —o cincuenta— mejores, si hemos de creer a las revistas culturales más añejas. Por eso Replicante quiso saber la opinión de críticos, editores, lectores, abogados, secretarias y boleros para poder enlistar los diez libros más malitos publicados en México durante el año pasado. Para ello se envió un correo electrónico a más de un centenar de personas, se hicieron algunas llamadas y se mandó un recado con un mensajero; de las cien, solamente respondieron treinta, las demás se disculparon con el pretexto de la navidad y las vacaciones. Por cuestiones de seguridad —los escritores son tan vengativos como los narcos— decidimos no publicar sus nombres. He aquí los títulos que a juicio suyo resultaron los diez peores libros de 2008 en México. (Si tu novela o libro de cuentos o ensayos no aparece en esta relación, no te preocupes, o es muy bueno o no lo leyeron.)
1 La voluntad y la fortuna, de Carlos Fuentes. A estas alturas, ¿quién no sabe que Fuentes dejó hace muchos años de escribir literatura seria para maquilar novelas supuestamente exitosas?
2 Chiquita, del cubano Antonio Orlando Rodríguez. Sólo puede explicarse que esta novela insoportable y sin méritos literarios haya obtenido el Premio Alfaguara porque Jorge Volpi fue parte en el jurado.
3 El jardín devastado, de Jorge Volpi. Hecha de retazos retóricos, no inspira sino compasión. Unas cuantas frases contundentes no evitan su fracaso por la grandilocuencia y escasa imaginación. Sólo puede explicarse que esta novela insoportable y sin méritos literarios haya obtenido el tercer lugar de esta elección porque Jorge Volpi votó para que La voluntad y la fortuna y Chiquita obtuvieran los dos primeros lugares.
4 Maridos, de Ángeles Mastretta. Como si sus libros anteriores no fueran suficiente razón para ya no publicar uno más, a principios de 2008 comenzó a circular este borrador de novela que relata las ideas anacrónicas de una señora y sus amigas. Ninguno de los que votaron por ésta pudo ir más allá de las primeras treinta páginas.
5 Arrastrar esa sombra, de Emiliano Monge. Con todo y errores de redacción y notable falta de oído, este libro de cuentos de realismo aburrido hace pensar que Sexto Piso ya está publicando a sus amigos. Ojalá regresen a los buenos títulos y no echen a perder su prestigio o, por lo menos, abran una colección para publicar a sus cuates que se llame Cuarto de Azotea.
6 La última partida, de Gerardo Piña. Si David Miklos escribe como Cristina Rivera Garza pero sin la gracia de esta escritora, ¿qué puede esperarse de un escritor debutante que aspira a escribir como Miklos? Éste es el caso de Gerardo Piña con su libro trasnochado, migrañoso y desvariante. Frases que hubieran hecho palidecer a Schopenhauer, como “Sabemos que no estamos muertos... porque estamos vivos”, obligan al lector a abandonar tan erudita lectura en la página 17.
7 Pétalos y otras historias incómodas, de Guadalupe Nettel. No es que sea tan malo. Es equis. Sólo es el que más queda a deber respecto de su pretenciosa publicidad (especialmente de sus reseñistas y comentaristas). Afectación pura desde la primera hasta la última línea (en los cuentos de Nettel y en los cuentos que de ellos han hecho sus publicistas).
8 Pedro Infante, las leyes del querer, de Carlos Monsiváis. Con su inconfundible y confuso estilo barroco autocitado, Monsiváis ensalza la pobreza y la solidaridad familiar en las películas del ídolo mexicano. Monsi solía publicar mucho periodismo prescindible pero pocos libros; este año, con tres títulos hechos al vapor, rompió su regla y ahí están los resultados: libros improvisados que no añaden nada.
9 Punks de boutique, de Camille de Toledo. Lo que pudo ser un buen libro didáctico de un joven escritor francés se volvió, por su arrogancia y cursilería, un mamotreto de ideas consabidas para lectores light que se deslumbran con facilidad. Esperemos que el autor no vuelva a reclamar airadamente que se le reseñe mal en México, donde debería rendírsele culto a un francés tan ilustre como él.
10 Informe, de Rafael Lemus. ¿Informe de su obsesión literaria por Mario Bellatin y Guillermo Fadanelli, autores a los que intenta emular, peor aún, mezclar? Aunque jure que su muso es Efrén Hernández, este libro prueba que, como Christopher Domínguez, es mejor que Lemus siga haciendo crítica venenosa que narrativa monótona.
Y los tres más malos en el ámbito de la política
1 La década perdida, de Carlos Salinas de Gortari. Su lectura no deja dudas: él fue el mejor presidente de la historia mexicana —según él, of course.
2 La gran tentación, de Andrés Manuel López Obrador. Su lectura no deja dudas: uno de los políticos más hábiles y chantajistas de la historia mexicana, ahora casi un cadáver político.
3 La ruptura que viene. Crónica de una transición desastrosa, de Porfirio Muñoz Ledo. Lenin redivivo, Muñoz Ledo apuesta ahora por el derrocamiento del Estado liberal y el establecimiento del populismo obradorista.