
El pasado 17 de febrero publiqué en Milenio Monterrey una versión editada de este texto. Va ahora la versión completa, con dos textos más, uno de Luis González de Alba y otro de Jaime Sánchez Susarrey sobre el mismo asunto. La ilustración es del genial Blumpi...
Arnaldo y Bartlett: la izquierda tal cual
Rogelio Villarreal
López Obrador no es de izquierda y nos va a dar en la madre a todos.
Subcomandante Marcos
El futuro del PRD depende de sus bases, no de sus líderes tribales, que casi todos son corruptos y logreros. De ahí la importancia del liderazgo de López Obrador, un liderazgo fuerte y confiable.
Arnaldo Córdova, 'El problema del PRD'
En el año 2000, cuando se agudizaba el conflicto israelí-palestino, un prestigiado politólogo mexicano no resistió la tentación de expresar frases tan cuestionables como tajantes que podrían entenderse como antisemitas: 'Israel existe para exterminar a aquellos a su alrededor' [...] 'Palestina, durante los últimos 2 mil años ha sido una tierra limpia de judíos' [...] 'El dinero es el verdadero dios de Israel y de los judíos' (Arnaldo Córdova, 'Israel. El canto del verdugo', unomásuno, 20 de octubre de 2000).
Muy atrás habían quedado los trabajos fundamentales del doctor Córdova, como La formación del poder político en México (1972), La ideología de la Revolución Mexicana (1972), La política de masas del cardenismo (1974) y Sociedad y Estado en el mundo moderno (1973-1976), entre otras obras en las que examinaba con seriedad y profundidad fenómenos como el caudillismo y el bonapartismo en sus versiones nacionales. Ahora, en 2008 y después de turbulentos meses de agravios y confrontaciones entre los partidos políticos y amplios sectores de la sociedad, el antaño sagaz investigador -aunque fervoroso creyente en el supuesto fraude electoral de 2006- se muestra ingenuamente sorprendido en su manifiesto 'La izquierda tal cual es':
Por alguna razón que adivino pero que no logro entender del todo, no hay en México corriente política que sea más criticada que la izquierda, desde la derecha, desde el centro y desde la misma izquierda. Se podrían fijar dos extremos: unos la quieren perfecta; otros, consideran que es un asco. [...] ¿Por qué todo mundo quiere una izquierda perfecta, que sea inteligente, culta, preparada, decente, de buenas maneras, justa, éticamente buena, coherente en sus ideas y sus planteamientos, pacífica, no rijosa, dispuesta a ponerse siempre de acuerdo con sus oponentes y con olor a santidad? (La Jornada, 3 de febrero de 2008).
El doctor pasa por alto deliberadamente que esa izquierda aspira nada menos que a gobernar el país. Y que siempre se ha creído ética y moralmente superior a otras corrientes políticas e ideológicas y que, nada menos, ¡dice defender al pueblo! Se le olvida también que esa izquierda ha abrevado mayormente de los pesebres del nacionalismo revolucionario y del estalinismo. Pero, extrañamente, la respuesta ya la había anticipado el propio Córdova en un artículo anterior:
Cuando un partido político carece de un liderazgo fuerte, suele ocurrirle lo que ha pasado con el PRD desde hace ya buen tiempo, por lo menos desde que Cuauhtémoc Cárdenas dejó de ejercer ese liderazgo, pienso que cuando fue electo jefe de Gobierno del DF: se vuelve presa de disensiones internas, de grupillos de intereses, de 'tribus', del oportunismo político, de la corrupción e incluso de las traiciones ('El problema del PRD', La Jornada, 26 de agosto de 2007).
Sin embargo, el viejo e intransigente profesor critica a propios y extraños y se vuelve a sorprender de que una académica congruente como Soledad Loaeza, por ejemplo, 'conocedora a fondo de la derecha y a menudo crítica feroz y lucidísima de la misma, nunca demande de la derecha que sea perfecta'. Su problema, diagnostica el docto académico, es que Loaeza 'no conoce por dentro a la izquierda' porque 'nunca ha militado en ella'. Bien, hasta ahora Córdova nunca ha militado en la derecha -ni Loaeza- y presume de conocerla de cabo a rabo. Pero lo importante de este manifiesto es que, 'a diferencia de los otros miembros de su izquierda, Córdova dice con todas sus letras lo que ellos no sólo callan sino que niegan: esa izquierda es corrupta, traidora, incapaz de llegar a acuerdos, violenta, oportunista, carente de valores éticos y buenas propuestas. No es algo menor. Por fin alguien lo reconoce ‘desde dentro'' [José Ramón López-Rubí Calderón, en conversación]. Pero, sentencia Córdova, 'la izquierda nunca será como yo quisiera que fuera; la izquierda es lo que es y punto'. Pragmático, como el 'presidente legítimo', insiste en la justificación: 'Para mí un hombre que lucha contra los monopolios de la comunicación de masas, como Javier Corral o como Manuel Bartlett, es de izquierda, aunque sea sólo en eso'. Visto así, para Córdova el astuto Bartlett, sumo sacerdote de la alquimia electoral priista, puede ser de izquierda así sea por unos días, como lo fue en su momento y por la misma razón el magnate Ricardo Salinas Pliego, si seguimos la lógica complaciente del politólogo. Para concluir su apasionada exposición el otrora lúcido profesor nos asesta una dudosa recomendación cinematográfica: 'Todos deberían ver Fraude, de Luis Mandoki, ahora que está disponible para todos. Lo que se ve en ese extraordinario documental es lo que yo llamo la izquierda mexicana del presente. Ahí estoy yo'. A pesar de todos los rasgos negativos que Córdova enumera con ligereza adolescente -¿o senil?- hay que añadir la extremada simplicidad y cerrazón de sus argumentos y la ostensible incapacidad de autocrítica.
¿Puede una izquierda 'modelo', sin 'programa cierto' ni 'alternativas que ofrecer', como la que describe Córdova, luchar por el pueblo, como se ufana en su manifiesto? ¿Cómo podría beneficiarse el pueblo de la lucha de esa izquierda deslucida e irresponsable -pero extraordinariamente bien pagada? A nadie debería preocuparle que la izquierda sea imperfecta o 'pelada, maloliente y malhablada', sino que sea incapaz de cumplir la verdadera función de toda izquierda: 'alterar el statu quo proveyendo o restituyendo auténticos bienes públicos' [López-Rubí].
La complacencia de Córdova se acerca peligrosamente al conservadurismo de su detestada derecha, a la que, como López Obrador, le gustaría proscribir del espectro de la contienda democrática por el poder: 'El triunfo de la derecha es moralmente imposible'.
La izquierda obradorista es mucho más imperfecta (corrupta, ‘violentita’, inculta, oportunista, deshonesta) que la que Arnaldo Córdova señaló acremente en el PRD de Cuauhtémoc Cárdenas. Lo que hace unos pocos años criticaba hoy le parece aceptable y hasta digno de encomio. Olvida Córdova convenientemente, por otra parte, que su inmaculado Carlos Monsiváis ha exigido perfección moral y cultural a la izquierda ('Toda la clase política de México padece de analfabetismo moral, incluyendo el Partido de la Revolución Democrática', La Jornada, 3 de febrero de 2007) y que ésta debería mostrar superioridad moral frente a sus adversarios, sobretodo el PRI -perversa universidad de la que proviene, paradójicamente, la plana mayor del obradorismo y del perredismo.
El caso de Arnaldo Córdova prueba una vez más que la visceralidad ideológica y el ejercicio de la ciencia social son como el agua y el aceite. Quizá nunca pueda cuantificarse los estragos y la degeneración musoliniana que el obradorismo ha causado en una parte no menor de la intelectualidad mexicana.
La riña por la izquierda
Luis González de Alba
Milenio, 18 de febrero
Ah, qué Arnaldo... '¿Por qué todo mundo quiere una izquierda perfecta, que sea inteligente, culta, preparada, decente, de buenas maneras, justa, éticamente buena, coherente en sus ideas y sus planteamientos, pacífica, no rijosa, dispuesta a ponerse siempre de acuerdo con sus oponentes y con olor a santidad?' (La Jornada, 3 de febrero de 2008). La pregunta se la hace el doctor Arnaldo Córdova y la conozco por Rogelio Villarreal, quien le dedica un buen ensayo. Se me ocurre una respuesta breve: ¿por qué pedimos todo eso (y democracia, añado porque la olvida) a la izquierda y no a la derecha? Pues porque llamamos 'izquierda' precisamente a la posición política que definimos como 'inteligente, culta, preparada, decente, justa, éticamente buena y coherente con sus ideas'.
¿Por qué no le pedimos lo mismo a la derecha? Se interroga el buen Arnaldo. La respuesta no requiere de un doctorado en sociología: porque si fuera todo eso... la llamaríamos izquierda. Es una contradicción en los términos. La sola pregunta es de una tontería sublime: izquierda y derecha no son dos equipos de futbol contrarios entre los que escogemos uno por afición, un equipo o club al que uno le va como le podría ir al otro: ¿por qué no le pides a las Chivas la limpieza en el juego que le exiges a las Márgaras del Atlas? Pues porque soy Chiva. Si fuera Márgara les perdonaría todo a los míos y les exigiría a las Chivas... Digo: me da vergüenza argumentar sobre algo tan bobo, pero es la sesuda pregunta del doctor Córdova. Si eso que enlista fuera propio de la derecha le exigiríamos cumplirlo a la derecha, y quienes tenemos esos principios nos diríamos de derecha. Así es con todo: ¿por qué pedimos al Papa que sea católico? Los católicos quieren sacerdotes castos, cultos, decentes y con olor a santidad. A otros nos tiene sin cuidado cómo sean, pero si le caemos a un curita en la movida... lo señalamos con inquina. Como le señalaríamos a un ayatolá su pecado si se cortara la barba o lo viéramos con putas: infringen sus propias reglas y no nos simpatizan. Con la izquierda, como sí nos simpatiza, somos suaves y hasta complacientes, recordemos nuestras juventudes castristas. Pero también es que se pasan y dejan ver el abismo entre los principios en lo dicho y los principios en lo hecho. A diferencia de los propios de ayatolás, son principios que hacemos nuestros: inteligencia, cultura, decencia, buenas maneras, justicia...
Esto es: hay una definición previa de izquierda. Y a esa nos atenemos para pedir lo que pedimos. A quien se dice demócrata le exigimos respeto al voto cuando pierde. A quien nos diga que la democracia es una tontería de ingenuos y que son las armas la única voz con que se debe hablar, ni siquiera le mencionamos la buena organización ciudadana de una elección ni los cuidadosos controles contra el fraude, ¿para qué? Quienes estamos por una conducción democrática de la sociedad, un gobierno justo, una legislación ética, definimos eso como 'izquierda', nombre tan arbitrario como podría ser 'derecha', 'morado' o 'pinto'. Y entonces nos diríamos derechistas, morados o pintos. Pero resulta que priistas de la calaña de Arturo Núñez, de Bartlett, Guadarrama y otras lacras son ahora 'de izquierda' porque traen botón del PRD en la solapa.
La izquierda es una definición, no un partido, y menos un club al que uno le va. No es el nombre, sino el contenido lo que define: aceptar las reglas de la democracia aunque no nos favorezcan y sobre todo cuando no nos favorecen, reconocer las decisiones de la mayoría respetando los derechos de las minorías, ciencia y no religión, razón y no dogma, mejor distribución de la riqueza socialmente producida, igualdad de todos ante la ley; libertades de organización, expresión, religión, información; leyes respetuosas de los derechos humanos esenciales, amparo del ciudadano ante la fuerza de la autoridad... A todo ese conjunto, ¿cómo se le llama? Algunos le decimos izquierda por convención y para abreviar. Y a quien nos diga que con eso se identifica le pedimos coherencia. Y al que no pues no, como diría el alcalde de Lagos.
Les exigimos a quienes dicen pensar como demócratas que lo sean. Y a quien ostenta las banderas de la justicia, la ética y la paz que sea congruente lo que dice con lo que hace. Pero a quien de inicio levantara el brazo para saludar ¡heil, heil, heil! ¿qué carajos le vamos a andar pidiendo?
Mi página: www.luisgonzalezdealba.com
No, doctor
Jaime Sánchez Susarrey
Reforma, 23 de febrero
La izquierda mexicana, escribió Octavio Paz a mediados de los años setenta, carece de ideas, es retobona y murmuradora. Se refería así a la corriente marxista-leninista que en sus distintas variantes proclamaba la revolución, denunciaba la democracia formal, defendía a capa y espada al régimen cubano y descalificaba a Paz como un intelectual de derecha al servicio del imperialismo yanqui. De entonces a la fecha, mucha agua ha corrido bajo el puente. El PRD nació en 1989 de la fusión de la izquierda socialista y de la corriente nacionalista-revolucionaria del PRI. Su fuerza electoral es hoy indiscutible. Estuvo a un milímetro de ganar la Presidencia en el 2006 y es la segunda fuerza en la Cámara de Diputados.
Sin embargo, pese a sus notables avances, esa 'nueva izquierda' atraviesa por una severa crisis de identidad. Muchas cosas han cambiado, pero no para bien. Por eso, en lo esencial, la definición de Paz sigue siendo justa: carece de ideas, es retobona y murmuradora. Y a estas características se han sumado otras. Es cínica, rijosa, provocadora, corrupta, a veces traidora y sin un programa cierto. La definición anterior no es mía, es de Arnaldo Córdova, un connotado intelectual de... izquierda, quien incluso va más allá y añade: 'La izquierda real está allí: pelada, maloliente, malhablada, provocadora, violentita a veces, inculta y sin valores éticos' (La Jornada, 3/02/08).
A confesión de parte, dice un proverbio jurídico, relevo de pruebas. Pero más allá de eso, la severidad del juicio de Córdova podría leerse y entenderse como un acto valiente y progresista. El reconocimiento de tantas lacras pareciera ser un gesto de honestidad y un llamado a la renovación. Ese tipo de recuentos abundan en la historia de todos los partidos políticos, particularmente en los de izquierda. Pero no, la intención de don Arnaldo no va ni remotamente por ese sendero. Antes al contrario, todo su artículo es una loa de esa realidad apestosa y desagradable sobre la base de un doble razonamiento: a) la derecha y el centro no son mejores; b) eso es lo que hay y la única manera de estar y ser de izquierda es aceptando y asumiendo esa realidad.
Los argumentos de Córdova son el ejemplo perfecto de la crisis moral e intelectual que sufre la izquierda mexicana o, al menos, una parte muy importante de ella. Por eso vale la pena detenerse en ellos y desmontarlos uno a uno. Voy, pues, por partes.
1) Con relación a Soledad Loaeza, el intelectual de marras sostiene: 'Su problema es que no conoce por dentro a la izquierda; que yo sepa, nunca ha militado en ella. Tal vez por eso suelen ser tan poco atendibles sus diatribas contra la izquierda y, en particular, contra su odiado López Obrador'.
La falacia cae por su propio peso: para conocer a la izquierda, la derecha o el centro no es necesario haber militado en el PAN ni en el PRI ni en el PRD o en las distintas variantes de las corrientes marxistas. Los excesos, los gestos irracionales e intolerantes de López Obrador vienen de lejos. Como de lejos vienen el oportunismo y el coqueteo con la violencia y la ilegalidad de los perredistas. Estos hechos están a la vista.
Tampoco sirve el argumento de que todas las corrientes en México padecen los mismos males. Tal vez le pueda servir de consuelo a un militante de izquierda, como el doctor Córdova, pero de nada nos sirve a los ciudadanos sin partido. Porque si bien es cierto que los actos de corrupción y de cinismo se han multiplicado a diestra y siniestra, y no son ya ni de lejos monopolio del PRI, también es verdad que los ciudadanos estamos hartos de los partidos y los legisladores.
La prepotencia con la que se comportaron los tres grandes partidos en la reforma electoral es un buen ejemplo de ese perverso contubernio. Se lesionó el derecho a la libertad de expresión, se vulneró la autonomía del IFE y se le restó credibilidad y legitimidad a una institución que se había formado y fortalecido a lo largo de 18 años. ¿Y todo para qué? Para conjurar una multa millonaria por los spots transmitidos ilegalmente y sujetar a los nuevos consejeros a la férula de los partidos. El costo que esto implicará para la partidocracia se hará presente más temprano que tarde. El hartazgo de los ciudadanos crece con razones justificadas y resulta irrelevante que esa arrogancia y esos excesos se vistan de amarillo, rojo o azul.
2) 'La izquierda nunca será como yo quisiera que fuera; la izquierda es lo que es y punto... Para mí -reitera Córdova- ser de izquierda es muy sencillo: es estar con las causas de mi pueblo'.
Vayamos de inicio a la falta de rigor intelectual. Si Marx oyera los disparates del doctor Córdova se revolvería en su tumba. La noción de 'pueblo' es vaga y contradictoria. ¿Quiénes lo forman? ¿Incluye o excluye a las clases medias y a los profesionistas?
¿Qué de los pequeños campesinos? ¿Todos tienen los mismos intereses? Y si vamos a las causas indígenas las cosas se complican aún más: ¿se deben defender sus usos y costumbres? ¿Incluso aquellos que discriminan y oprimen a las mujeres? El pueblo, como bien sabía Marx, es una entelequia compuesta por clases sociales con intereses y aspiraciones divergentes. De ahí sus críticas contra los populistas. ¿Todo esto se le olvidó al doctor Córdova?
Voy ahora a la peor parte. La calidad moral del primer argumento es nula. Pero no, me quedo corto. Se trata en rigor de un planteamiento eminentemente conservador y, llevado hasta sus últimas consecuencias, opresor y reaccionario. Bajo semejante principio la crítica y la lucha contra los regímenes de Stalin, Mao y Castro hubiesen sido impensables e incluso indeseables. Eran lo que había y se definían como líderes del pueblo todo. ¿Había entonces que glorificarlos y santificarlos como hace el doctor Córdova con López Obrador al definirlo como un líder inteligente y sabio?
La debilidad de los intelectuales de izquierda por los hombres fuertes y autoritarios no es nueva. Todo el siglo XX está lleno de esos casos. Grandes pensadores europeos de izquierda, como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, justificaron el terror bajo los regímenes socialistas. Córdova evoca ese viejo stalinismo. Pero además lo hace esgrimiendo un argumento falso: 'La sociedad, después de todo, no nos puede dar más de lo que ella misma es y nuestra izquierda es hoy una parte muy importante de ella'. Pero no, doctor. No es cierto que todos los pueblos tengan los gobiernos ni la izquierda que se merecen. Es, como advertía Karl Popper, al contrario: los políticos suelen estar por debajo de la media moral e intelectual de sus sociedades.